Separación Calamar
- cesar dario fazzini
- 21 ago 2014
- 4 Min. de lectura
Me tuve que separar otra vez, fue inevitable. Mi mujer ni se enteró porque no me separé de ella, me separé de mí, me partí al medio, como un queso, soy dos mitades. Apenas terminó el partido contra “Ssuso” agarré un marcador negro indeleble y me dibujé una línea de punto y raya, un eje por el medio exacto de “mi” y me desuní. Nos costaba seguir juntos, ahora soy dos partes, irreconciliables, antagónicas, incompatibles, opuestas. Las dos porciones solo coinciden en ser hinchas enfermas de Platense, pero sienten y piensan distinto.
Apenas quedé cortado cada mitad disparó hacia una punta del sillón, como muestra irrefutable del profundo desacuerdo. Estuvieron un rato sin hablar. De pronto la fracción sentada en el rincón derecho gritó: “¡Basta de Vega, es un desastre! ¿El aire tenía pozos en Pilar? ¡Cada vez que la quería parar con el pecho le rebotaba!”. Mi otra porción salió rápido al cruce: “¡Desagradecido! ¡Trapito es ídolo, lavate la boca antes de nombrarlo!”.
Pero mi impertinente pedazo derecho siguió: “¡¡¡Teníamos al Popi y al Pato, y trajimos a Peyrán, un desastreeeee!!! ¡No creamos una sola situación de gol!”. Mi porción izquierda, interrumpió: “¡Pará, enfermo! Es el primer partido, se están conociendo, la cancha estaba mal, Acasusso no deja jugar”. Pero mi parte derecha sacó un gancho al hígado… “¡Claaaaaro, el señor repite las declaraciones de los jugadores! Por suerte este año no pueden decir que el campeonato es largo y bla, bla, bla. ¡Un buen grupo humano! Pansardi, Flores, Vega, son re buenos… ¡Pongan un comedor comunitario, no jueguen al fútbol!”, persistió con pertinaz ofuscación mi despreciable lado derecho.
Mi lado izquierdo lejos de intimidarse lanzó su alegato positivista: “¡Basta, cortala! Hay que apoyar, hay que alentar”. Se subió al sillón y empezó a cantar: “¡¡¡Dale, dale, dale Calamar!!!”. Pero mi parte derecha no se sumó y continuó con su prédica detractora: “¡A Cáspary lo trajeron para presentar las camisetas nada más! Necesitaban uno alto con ojitos claros, porque jugando es un desastre. Los de inferiores jugaron horrible, Zuñiga corre como si tuviese juanetes. ¡Tavio está de vuelta! Mendez le pidió a su “amigo” Trotta por Quiroga y Ferradás, y el cabezón le mandó al chiquito Carrasco que conoció en Mendoza, ¡y hace un año que no juegaaaaa! ¿Y las camisetas? ¡Quien carajo conoce a Retieeeeeelllll!”. Un torbellino de mala onda, un cóctel de frustración descontrolada, un tsunami de rencor desenfrenado, una catarata de críticas despiadadas, descomedidas, desbocadas, ofensivas… sentía “vergüenza ajena, de mi mismo”… deseaba que esa parte no me perteneciese.
Ambos sectores quedaron absolutamente divididos, rotos, partidos, enemistados, diferenciados, cada uno en su rincón, sin hablarse, hasta que llegó el sábado y fueron caminando hacia el Vicente López por veredas opuestas, para ver el segundo partido. Mi parte diestra se ubicó a la derecha en la tribuna, y “yo” a la izquierda. En realidad no se porque a mi parte izquierda le digo “yo”, tengo que admitir que “yo” soy las dos partes, pero me niego a reconocer esa parte de mí, no quiero hacerme cargo. La UAI se vistió de celeste solo para removernos la herida. Lo primero que me sorprendió cuando entró Platense a la cancha, fue escuchar a mi parte derecha decir: “¡Que lindo el marrón!”, pero como justo pasaba una mujer con un jean ajustado caminando por abajo de la tribuna, no supe si se trató de una grosería o un elogio al color de la franja de la camiseta.
Al ratito de empezar el partido mi parte derecha comenzó a entusiasmarse con el fervor de Nadal, Peyrán se mostraba dúctil y habilidoso. Centro del ex Chicago, cabezazo de Bueno, ¡gooooool! Las dos partes gritamos el gol, pero la derecha con un estado de euforia desbordante, aplaudía y comentaba: “¡Un fenómeno Peyrán! Sabe con la pelota, es rápido, habilidoso, guapo, le pega bien… ojalá Martino esté viendo el partido”. ¡No, pará! Giro brutal de 180 mil grados, exitista, desmedido… ¿qué te pasa? Pero se quedó sin frenos y siguió: “¿A dónde jugaba Zuñiga? Que raro que lo largaron, maneja los hilos del mediocampo, sabe correr la cancha, hace unos pases largos perfectos, este Pato es mejor que el que teníamos. ¡Bien Mono, bien! ¡Aguanten los pibes!”, gritaba sin ningún pudor. “Siempre hace falta un tipo grande como Tavio para ordenar la defensa, es un tiempista”, explicaba a quien quisiese escucharlo. Con el gol del final de Ortiz, empezó a revolear una Retiel nueva, toda marrón que seguro compró cuando entramos separados al estadio sin que yo me diese cuenta. Después se fue acercando, todavía poseído por la tendencia al disparate, y volvió a hablarme: “¡Que bien jugamos! ¡Y eso que no jugaron Kuszko ni Molina Fariña! Me encantó Carrasquito, que velocidad tiene ese pibe, es de otra categoría”.
Mi fracción derecha no tiene solución, lo suyo es el desenfreno, el desequilibrio y la exorbitancia, pero, no hace falta hacerme un ADN, se muy bien que me pertenece. Ambas partes se dieron un abrazo como en el final de una película y quedaron unidas por la incoherencia que genera la pasión.
“¡Que lindo marrón!”. “¡Pará fiera, es mi novia!”. “¡Te estoy hablando de la camiseta nueva de Platense!”. “¡Ah! Tenés razón, disculpá, es reee lindo, boludo……”. “¡Como el de tu novia…!”. “¡Uf! ¡Corré, corré!”. “¡No doy más! Se lo dije con onda…”. “Pero es un chiste de mal gusto, boludo, ya lo habías hecho, cuando salió el equipo a la cancha, sos un tarado…”. “¡Corré, corré!”. “No venimos más juntos…”. No hay caso, una parte de mí, es incorregible…… pura tinta Calamar.
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